En
negrita:
La lucha contra el gasto compulsivo
Verónica Frisancho
Compramos todo lo que
se nos antoja en el supermercado; adquirimos los más recientes dispositivos
tecnológicos apenas los lanzan; y descargamos películas de internet con
desenfreno. Y después nos preguntamos por qué no tenemos dinero para un auto
nuevo ni ahorros para cuando nos jubilemos. ¿Qué nos pasa? La verdad es que no
somos tan débiles moralmente como creemos. La
ciencia muestra que muchos de nosotros estamos predispuestos genéticamente a
desear la gratificación inmediata, a concentrarnos en el presente más que
en el futuro. La corteza prefrontal de nuestro cerebro es diferente de la de
los ahorradores instintivos, y la cultura comercial de hoy en día, con sus
ingeniosas estrategias de marketing y la posibilidad de hacer compras con un
clic, es experta en explotar nuestras
debilidades.
El gran número de
personas que están predispuestas tanto por la genética como por la cultura a favorecer el presente antes que el futuro,
ha contribuido a las crisis de ahorro en Estados Unidos y otras regiones,
incluyendo Latinoamérica y el Caribe. Estas personas, al ser incapaces de imaginar las recompensas del
futuro, no solo gastan como si el mundo se fuera a acabar, también
procrastinan, bien sea para empezar una dieta, escribir un informe o guardar
algo de dinero para los tiempos difíciles. Además, su atención es limitada: no
consideran cosas como impuestos u otros gastos que afectarán la cantidad de
dinero que eventualmente van a tener a su disposición. Los duros sermones sobre
autodisciplina no sirven de mucho.
En su esfuerzo por
entender por qué las personas no tienen moderación, actúan irracionalmente y
perjudican sus propios futuros, la economía conductual ha diseñado estrategias
prometedoras para cambiar la conducta individual. Dichas estrategias aprovechan
y usan a su favor esta mentalidad centrada en el corto plazo, y la emplean para
incentivar una conducta prudente.
La clave está en lograr que las personas hagan compromisos
que no puedan romper. Un estudio en Malawi mostró que los agricultores a
quienes se les ofrecieron depósitos directos de sus cultivos comerciales en el
campo, incrementaron su saldo total en un 280%. Pero aquellos que
comprometieron fondos a una cuenta ilíquida de la cual no podían retirar dinero
hasta que se cumpliera un plazo establecido, en una fecha específica,
incrementaron sus ahorros en un 620%.
Esfuerzos recientes en
Latinoamérica, al igual que otros similares en los Estados Unidos, también se
aprovechan de la inercia natural de las personas. Los participantes, que
recibían su salario mediante transferencias electrónicas, fueron inscritos para
que parte de sus salarios se ahorrara automáticamente. Para poder detener este
ahorro, debían activamente salirse del programa. Dado que esto implicaría
planeación previa y la toma de una decisión –habilidades en las que son
particularmente deficientes– estas personas continuaron ahorrando por falta de voluntad, por omisión.
Entretanto, a los jóvenes, cuyos cerebros aún están
en desarrollo y son maleables, se les
enseñan las recompensas de postergar la gratificación, con la esperanza de
que se convertirán en adultos diferentes. En Perú, por ejemplo, un programa
bancario comunal, dirigido por la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos
Asistenciales, permite que los niños elijan una meta de ahorros, depositen
dinero y ganen intereses, todo bajo la condición de que no retiren dinero hasta
que cumplan con su meta. Los niños han acudido en bandada al programa. Entre
diciembre de 2012 y junio de 2015, el número de niños en el programa pasó de 882
a 3.831, y sus ahorros totales se multiplicaron por seis.
La región todavía
tiene un largo camino por recorrer. De acuerdo con al menos un estudio, la
tendencia de solo ver el presente es particularmente fuerte en Latinoamérica y
el Caribe; al menos un tercio de los residentes urbanos de México, Perú y
Brasil muestran este tipo de orientación psicológica. La presión de ayudar a
parientes en familias extendidas constituye otro medio de fuga de los ahorros
individuales y, debido a que su conocimiento financiero es muy poco, estas personas no tienen mucha idea sobre
las opciones de ahorro disponibles en el sistema financiero.
A la larga, mejorar los conocimientos financieros y los
hábitos de ahorro entre los jóvenes, como en el caso del experimento de Perú, puede
significar un gran avance. No solo podría mejorar el ahorro, también podría
contribuir a mejores resultados en la educación, el empleo y el estándar de
vida, factores que también están relacionados con el autocontrol y la
planeación. Así mismo, esto podría filtrarse hacia la generación anterior para
su beneficio.
También es crucial proporcionar más instrumentos formales de
ahorro mediante el sistema bancario. Esto requiere sistemas que permitan
que cierto porcentaje de los salarios, pagos y otras transferencias bancarias,
se trasladen automáticamente a cuentas ilíquidas de donde no se puedan retirar
en el corto ni mediano plazo. La ubicuidad de los teléfonos celulares y el
internet en la región podría ayudar a esto. Podría permitir que las personas transfieran
dinero desde una cuenta corriente hacia una cuenta más ilíquida con tan solo
unos cuantos clics, proporcionando así un canal asequible para ayudar a las
personas a ayudarse a sí mismas.
Gastar puede ser una fuente de mucho placer;
puede generar en algunos de nosotros esa intensa sensación que se produce al
comer, beber, apostar y al desempeñar otras actividades que generan
gratificación inmediata. Solo necesitamos un pequeño empujón en la otra
dirección. Gracias
a los nuevos estudios en neurología, psicología y economía conductual, las
herramientas ya existen. Ahora solo hay que implementarlas de modo que los gastadores compulsivos en todas
partes puedan dominar sus instintos, planear mejor para sus futuros e
impulsar la economía, como en el caso de aquellos en Latinoamérica y el Caribe,
que se ven afectados por bajas tasas de ahorro.
Contribuido de: http://blogs.iadb.org/Ideasquecuentan/2016/03/29/xxxx/
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