El nuevo gobierno de Costa Rica ha enarbolado el discurso del cambio. Entre
sus temas están el de políticas productivas que conduzcan a mayor competitividad
y establece con claridad el fraccionamiento de la sociedad tica. Nuestra amiga Velia Govaere
V. hace una reflexión en torno a la convivencia de dos modelos productivos: uno
encabezado por un pequeño número de compañías internacionales realmente competitivas y el otro formado por un enorme
número de Pymes que producen con baja productividad para el mercado doméstico. Es
un análisis pertinente también para nosotros, los dominicanos, un país en el que
tanto a nivel industrial como social suelen convivir un pedacito de Miami con
un inmenso trozo de Puerto Príncipe. Disfrútenlo de fin de semana.
Entre el ocaso y la
aurora
Por
Velia Govaere V. / Costa Rica
Una palabra corre desnuda por los corredores
de todas las tiendas políticas, empresariales y sociales. Es la palabra
“cambio”, todavía sin ropaje y buscando sustancia, como reflejo de un
desencanto basado en realidades. La población sabe que se les debe mucho a sus
legítimas aspiraciones de progreso con equidad, fundamentado en un desarrollo
productivo integral, homogéneo y de amplia base.
La necesidad de un cambio se abrió camino en
las elecciones nacionales y, reconociendo su importancia, encontró un extenso
espacio de definiciones en el discurso inaugural del nuevo presidente. Entre
tantas facetas, una de sus aristas es la competitividad productiva.
Don Luis Guillermo así nos lo dijo en su
discurso, refiriéndose a “políticas económicas que modernizaron el aparato
productivo nacional, pero fraccionaron la sociedad”. Concordamos con que el
fraccionamiento social es claro, pero ¿modernizaron realmente esas políticas el
aparato productivo nacional? ¡Ojalá así hubiera sido! Sin embargo, no lo fue.
El fraccionamiento no es únicamente social, es también productivo.
Nuestra realidad. Un estudio reciente de
la OIT nos retrata de cuerpo entero como una economía con un pequeño número de
compañías internacionalmente competitivas y un enorme número de pymes que
producen para el mercado doméstico con baja productividad. Esa es nuestra
realidad: un aparato productivo dual, heterogéneo y no consistentemente
moderno.
Una nueva economía, moderna y de punta,
convive bajo el mismo techo con una vieja economía huérfana de abandono
político. La baja promoción, por parte del Estado, de capacidades nacionales
contrasta con el esfuerzo correcto y prioritario de atracción de inversión extranjera
directa de punta. No es lo que hacemos lo que está mal, sino lo que dejamos de
hacer.
Tenemos un crecimiento económico, con
desigualdad; nos vanagloriamos de un récord de inversiones, sin crecimiento del
empleo; gozamos de diversificación de exportaciones, sin transformación
productiva, y tenemos el mayor nivel de inversión social de nuestra historia,
con persistencia de la pobreza. ¿Qué más necesitamos para entender la brújula
del “cambio”?
Capítulo productivo. Vivimos el
agotamiento del viejo Consenso de Washington, sin encontrar todavía en Costa
Rica una expresión política que defina un nuevo consenso. Como dice José Manuel
Salazar-Xirinach, “ningún país ha recorrido el arduo camino desde la pobreza
rural generalizada hasta la riqueza postindustrial, sin políticas proactivas de
gobierno, para acelerar la transformación productiva y el dinamismo de la
economía”. De ahí que el “cambio”, entre tantas cosas y tantos temas, necesite
también un capítulo productivo.
Nuestro presidente historiador conoce el
movimiento pendular de los acontecimientos humanos. ¿Regresará el péndulo de la
historia hacia la adopción de políticas industriales de Estado? Es una pregunta
pertinente porque para el cambio había sonado ya un campanazo premonitor en
tiempos del referendo del TLC. El pequeño margen de victoria del “sí” era
expresión elocuente de las falencias del modelo que debieron ser escuchadas.
Oficialmente era un “sí”, pero no rotundo. También era un “no así”.
Eso no se entendió y, en lo esencial, se
siguió haciendo más de lo mismo, sin atender nuestros contrastes. Para muestra,
un botón: un personal de siete funcionarios, con un presupuesto de menos de
$400.000, en la Dirección de Encadenamientos Productivos, es simbólico de una
nueva conciencia, pero netamente insuficiente para promover con eficacia las
capacidades nacionales. ¿Típico del gatopardismo criollo, que cambia un
poquitico para que no cambie mucho?
Hasta hace muy poco, la nueva economía había
tenido una fuerte dinámica de creación de empleo. Ahora, con una disminución en
el sector de manufactura, hasta eso es un aliciente para fortalecer el tejido
productivo nacional y disminuir los impactos negativos de nuestra mermada
competitividad.
Pobreza y desempleo. Si somos justos,
debemos reconocer que el mensaje presidencial ponía el dedo en la llaga cuando
decía que no se puede superar la pobreza sin ganar la batalla contra el
desempleo. También añadía que esto pasa por “incrementar la productividad y
mejorar la competitividad del empresariado nacional… y la promoción de una
producción nacional con crecientes grados de valor agregado”. El asunto es
cómo.
¿Predicamos entre conversos? Posiblemente, la
ocasión es políticamente propicia, pero el desafío coincide con un momento
fiscalmente angustioso y administrativamente complejo.
La nueva Administración puede estar anuente
al cambio, pero todavía deberá apurar el amargo trago fiscal y enfrentar el
nudo gordiano de una institucionalidad atomizada, las más de las veces autónoma
y fuera del resorte del Ejecutivo. Sin construir un amplio consenso nacional,
poco será posible con el escaso margen de maniobra y de tiempo que se tiene.
Chile, México, Uruguay y Brasil han
construido nuevos consensos nacionales revalorizando la necesidad de políticas
de transformación productiva, focalizando recursos con base en estrategias de
largo plazo, diseñadas por alianzas público-privado-académicas, bajo una
rectoría institucional, directamente vinculada con el Ejecutivo.
Ellos pudieron hacerlo y, en Costa Rica, esa
será una de las pruebas ácidas que medirán el cambio. En campaña, don Luis
Guillermo se comprometió con la institucionalización de un organismo de
competitividad, bajo su directo liderazgo.
Falló la vieja receta de “más mercado y menos
Estado“, pero todavía no llegan las políticas de transformación productiva que
hacen falta. Ahí estamos todavía entre el ocaso de un modelo y la aurora de
otro, cuando la luz ya no basta y la oscuridad no termina. Estamos esperando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario