2050 o la noche del mundo
dominicano
Fernando I Ferrán [1]
04 de abril 2018
Epílogo
Me han solicitado lo imposible. Cerrar
los ojos, como si me encontrara de nuevo en medio de “la noche del mundo” hegeliano[2],
y entonces predecir lo que está por acontecer. Para cumplir, cuento con 15
minutos y una fecha -el año 2050- que hace de Rubicón o raya de Pizarro entre
el antes y el después del mundo dominicano.
Al adentrarme en lo imprevisible de ese
instante temporal en el que todo termina y comienza a la vez, agradezco la
invitación recibida y advierto que no soy futurólogo y tampoco adivino.
No obstante, asumo el desafío de adentrarme
en lo desconocido guiado por la siguiente esperanza: que este ensayo crepuscular e imaginario permita vislumbrar el destino
hacia el que se enrumba en estos momentos la nave dominicana. Verificaremos así
que, después de todo y por oscura que sea dicha noche, lo que viene siempre
será mejor.
Porvenir del mundo presente
Puesto que no hay un fin sin un comienzo,
el futuro se inicia como lo que viene, lo que está por-venir, porvenir de
nuestro presente. En esa escurridiza condición paso a discernirlo en su presente
desnudez y lo arropo con ocho tesis y sus respectivas explicaciones.
Ideología. El “fin
de la historia” (Fukuyama 1992) dominicana viene de la mano con el ocaso de
la ideología tradicional.
Desde la muerte de Trujillo
la población dominicana vive retenida por el espejismo de cierta ideología
impersonal y no clasista según la cual la correlación positiva entre democracia
electoral—crecimiento económico es sinónima del desarrollo de la sociedad como
tal.
Dicha correlación arroja
sensibles adelantos materiales no obstante que, desde la óptica de las
expectativas de la población, no se avanza tanto como lo deseado.
Sencillamente, no
progresamos de manera sincrónica, incorporando como preocupación y objetivo
final la confianza, la lealtad y la solidaridad grupal. Además, la pronunciada
atención prestada al crecimiento económico, solo superada por el
enriquecimiento personal y las manipulaciones electorales, ignoran el bien
común tanto como el bienestar de todas y no de una sola región geográfica o una
sola de las clases sociales que conforman el conglomerado nacional.
En ese contexto, la
población dominicana se reproduce desprovista de una causa o proyecto común y
no hace más que bordear su propia desintegración nacional dada la orfandad
institucional en la que se coexiste en el país.
Mientras tanto, espera el
impacto impredecible de lo que acontece en el circundante mundo internacional. Pareciera
ser que los mismos que auparon la ideología de la globalización se arrepienten
de tanto liberalismo y se proponen –por ahora en vano- desmontarla, pasando así,
como lo estipula la lógica dialéctica, a ocupar el lugar de sus antiguos adversarios; y
viceversa.
Demografía. El año 2050 llega al país con un incremento
demográfico estabilizado en una meseta de 14-15 millones de habitantes permanentes
en el territorio nacional.
Dicha cifra representa al
mismo tiempo el ya paulatino envejecimiento de la población dominicana, la
sostenida atracción de un flujo migratorio hacia el país, además de una
sensible presencia mayoritaria de mujeres capaz, al menos en principio, y de copar casi la mitad del mercado laboral.
Esa realidad, análoga en
más de un aspecto a la del resto del mundo occidental, nos conduce a esta
encrucijada: mantener el ritmo de crecimiento económico alcanzado en los
últimos años, pero a base de nuevas tecnologías de producción expuestas desde
ahora a la entrada en vigencia de la cuarta revolución industrial, y, por tanto,
mediando la disminución de mano de obra inmigrante; o por el contrario -y esto es
lo más previsible en la actualidad- seguir supliendo la fuerza laboral por
medio de la inmigración y la postergación de mejores servicios sociales y una
mejoría cualitativa del bienestar social de la población.
En presencia de una
pirámide demográfica invertida, así como de un bono demográfico proporcionado
por la inmigración, la convivencia en el país queda expuesta a una creciente
desigualdad e injusta inequidad.
Además de lo dicho conviene
avizorar cambios aún desconocidos en el país en términos de estructuras y
relaciones conyugales, familiares y productivas, pues el porvenir del país
también trae consigo una mayoría de población femenina escolarizada y preparada
para dividir sus tradicionales ocupaciones en el hogar con una presencia suya en
el mercado laboral de hasta más de un 40%.
Medio
ambiente. La presión
demográfica –que solo en la isla alcanzaría unos 32 ó 33 millones de residentes
permanentes- y las prácticas económicas vigentes en el país aceleran el
sensible deterioro de recursos naturales renovables tales como biodiversidad,
suelo, agua, cobertura vegetal y forestal.
La riqueza natural del país, proverbial en tiempos
coloniales y posteriores, está expuesta a un acelerado proceso de agotamiento
que incide negativamente, tanto en el cambio climático, como en la calidad de
vida de la población.
Por el momento, la conciencia ecológica de algunos y las
políticas públicas adoptadas o por ser adoptadas de manera sostenible y eficaz
se interponen temporalmente entre una roca madre ya descubierta en el lado
occidental de la isla y el funesto presagio de su incierto futuro cuando aquel
cambio impacte entre otros muchos renglones, desde la sequía de nuestras
fuentes de agua, hasta la agricultura, el turismo y la prevención de
inesperados desastres naturales.
Civilización. La sociedad dominicana experimenta el “conflicto de civilizaciones” (Huntington
1993; 2004) dentro de sus propias fronteras bajo el doble impacto de la
inmigración procedente fundamentalmente de Haití y su parcial exposición al
mundo occidental de la vanidad.
En el ámbito migratorio,
ese conflicto civilizatorio no llega por ahora a una bifurcación de dos etnias
y dos lenguas en el mismo territorio, pero sí a una radical reconsideración de
la identidad histórica del pueblo dominicano y de su orden institucional.
En cuanto tal, la
inmigración -sobre todo haitiana- vuelve a desafiar la capacidad institucional
de la sociedad dominicana a la hora de integrar nuevos pobladores a su
territorio, tal y como lo hizo exitosamente el siglo pasado con grupos
procedentes de Siria, Libia, España, Antillas inglesas, China, Cuba y algunos
otros.
De no superarse esa prueba institucional
de integración, el batey, como símbolo añejo de reclusión y de exclusión,
pasaría a ser el emblema por excelencia de objetables guetos y minorías étnicas
en el futuro del país.
Y como contrapeso a dicho
símbolo está el ámbito internacional.
En ese escenario,
progresamos y crecemos a un ritmo que anualmente sirve de satisfacción y
consuelo a los gobernantes y a buena parte de los gobernados. Desde una
perspectiva civilizatoria, empero, eso no lo revela todo.
Herederos de la mentalidad
hispánica de utilizar lo que otros producen (“los ingleses producen trenes, nosotros los usamos”, decía Unamuno), la población y el país,
atraídos como tantos otros por la locomotora del consumo y del “espectáculo”
(Vargas Llosa) expone todo el realismo de la sabiduría criolla: nuestra
estirada sábana comienza a descubrir ya la verdad y las partes indecorosas del
cuerpo social dominicano.
Entre tanto, el país se
transforma –sin lugar a dudas- a la vista de todos y sigue creciendo
entrecogido por dos tentaciones conflictivas: aquel batey como campamento de
trabajo y todos estos productos de entretenimiento masivos.
Economía. La sociedad dominicana, retenida particularmente de
la mano de sus personajes más sobresalientes, deja atrás su espíritu
empresarial –el de tiempos del contrabando colonial, los conucos tabacaleros
del siglo antepasado, la audaz innovación de las pasadas décadas 60, 70 y 80- y
pasa a contentarse con el mero disfrute y ostentación de bienes de consumo importados
y el uso de artefactos y de tecnologías de allende de sus fronteras.
En ese contexto se empeña el
porvenir económico del país, pues su aparato productivo, -dependiente de
carteles empresariales, de relativa inseguridad jurídica y de relaciones y
trabas burocráticas y estatales-, circunscribe su quehacer al ámbito de los
servicios, las remesas y la minería, y, así, resulta ser poblacionalmente
excluyente.
De ahí que sea previsible
que continúe el retroceso industrial e incluso la pérdida de mercados agroindustriales.
En lo que llega la implementación
de un modelo de producción alternativo más libre y competitivo, la no
interdependencia nacional e internacional, al igual que el endeudamiento improductivo,
acaparan un horizonte en el que actualmente solo aparecen fugaces fortunas
individuales y brillan los destellos de la economía subterránea e informal.
Poder. El país exhibe igual estructura de poder.
Dotada ésta de pocos actores adicionales nada la altera, como si el tiempo no
pasara, e incluso, aunque circunstancialmente hayan clausurado la publicitada “fábrica
de presidentes” prevista a durar según algunos hasta el año 2044.
Los cambios de mando no se
realizan sobre la base de innovadoras ideas, valores comunes, principios
morales y normas legales y éticas. Permanecen los mismos actores sociales y sus
actuales émulos. Las estrategias nacionales de desarrollo no despegan, ni siquiera
bajo el imperio de la ley que apuntaba al año 2030, y la toma de decisiones
continúa anclada en relaciones eminentemente personales e incluso a veces
familiares.
La justificación del modus
operandi consuetudinario en el país se levanta sobre el pedestal del espíritu
práctico de cada quien para acceder, manipular y beneficiarse de la toma de
decisiones y, en cada caso particular, del capital en juego.
A pesar del correr del
tiempo termina por develarse así una vaga continuidad histórica de la sociedad
dominicana en ausencia de una racionalidad universal inscrita en normas legales
y éticas acogidas e impuestas a todos y a todas por igual.
Democracia. El régimen político post trujillista expone
las expectativas de bienestar y libertad de la población, a pesar de que niega
lo que dice ser.
El país ha vivido de
espalda a su nombre y a su ordenamiento constitucional. Su nombre, “República”,
está sometido a los denominados poderes fácticos y bajo la tutela de autoridades
y de autócratas encumbrados en regímenes partidistas de raigambre caudillistas;
como tal es una república no republicana debido a la centralización del
ejercicio de los poderes estatales en uno que no pocas veces hace de Leviathan
antillano.
Tampoco la población vive
en democracia. Abundan acontecimientos tales como la manipulación del voto en
períodos electorales, la negación de la representación del ciudadano por parte
de partidos políticos y de cuestionados servidores estatales, amén de la inequitativa
y desigual distribución de oportunidades de ascenso social.
Es por ello que deviene
como variable sobresaliente de la vida nacional a nivel supra familiar no la
confianza de cada cual en los demás, sino la desconfianza e incredulidad de una
creciente mayoría, tanto en el sistema político vigente, como en sus similares.
En ese contextos resulta
ser que la democracia electoral no es económica, ni social ni cultural. Así,
pues, es previsible que el porvenir de la vida nacional, lejos de ser vivido
como “tragedia” en los idos campos de batalla de los siglos XIX y XX, sea
soportado bajo la misma estructura de poder como vulgar “farsa” (Marx 1852)
histórica.
Conducta. El sujeto dominicano continúa en medio de la noche
de su mundo por tanto tiempo como perduren su ADN cultural y su sistema
inmunológico resista lo peor de la cultura global.
Los patrones de comportamiento de la población
dominicana seguirán delimitados por una conciencia escéptica y una historia
plagada de desilusiones debido a una conducta moral incoherente y una
existencia marcada por el desamparo institucional.
Ese cerco de su código cultural queda siempre abierto
a la puerta giratoria de la transculturación. Por ella transitan infinidad de
datos, algoritmos e informaciones que, gracias a las redes sociales y los sistemas
de comunicación, hacen las veces de fuente de mutaciones del código cultural
dominicano.
Así, pues, tras dos siglos de independencia el destino
de ese pueblo que se tiene por dominicano se acerca a su futuro por similar atajo
al de antaño: expuesto siempre al mundo exterior y a la espera de llegar a
mutar su dotación cultural de modo a constituirse e institucionalizarse como
Nación en medio de una fluida y siempre cambiante comunidad internacional.
Mundo futuro en 2050
Dada mi evidente ignorancia respecto a un
futuro que permanece distante de nosotros por más de una generación y media
debo advertir al finalizar lo siguiente:
La única cuestión razonable que debe preocuparnos no
es qué ni cómo seremos, sino qué queremos ser cuando llegue el futuro.
Lo que seremos y cómo llegaremos a serlo,
acabo de decirlo en las tesis que anteceden el futuro:
Lamentablemente, al ritmo que avanza este siglo XXI nuestro
porvenir no puede ser otro que seguir siendo más de lo mismo, pues solo nos
espera lo que está en gestación, -por supuesto, en ausencia de la fe en un
mesías desnudo en una cruz o de la ilusión que despertaron las barbas y los
rifles de antaño- a menos que acontezca algo radicalmente inesperado e imprevisto.
Pero entonces, ¿por qué seguimos
reproduciendo clones de lo que somos, y sobre todo, cómo evitarlo para que por
fin acontezca lo inédito e inesperado?
La respuesta a la pregunta pareciera ser
ésta:
No sabemos qué queremos ser. Y no lo
sabemos ni estamos en vía de saberlo dada nuestra consuetudinaria carencia de un
proyecto común y de una tradición intelectual en la que se privilegie el saber
antes que un hacer práctico carente de conceptos originales y de la debida
orientación de sus académicos y clases políticas y empresariales.
El primero en enunciarlo así fue Séneca, -“ningún viento es favorable para quien no
sabe dónde va”- y nosotros, sometidos al azar en ese mar de carencias y
desorientaciones no sabemos qué queremos y por tanto hacia dónde ir.
De manera que, o bien alteramos el rumbo
presente de una vez y por todas o nos espera lo que ya estamos gestando en el
porvenir.
La decisión es de cada uno y de todas y
todos nosotros.
Ante tal disyuntiva lo impensado e imprevisto
proviene a mi mejor entender del conocimiento. Estamos en la era del
conocimiento. Éste, el conocimiento, es el que guarda valor intrínseco y puede
encauzarnos hasta el año 2050 y quien sabe si más allá. Por si acaso, me
refiero al conocimiento, no la propaganda y menos la diversión.
Construir en esa era, por consiguiente,
implica enmendar errores y evitar atajos. Para muestras un botón que quizás
sirva de causa ejemplar.
Con el emblemático
4% para la educación, tomamos la ruta adecuada y posible, aunque no por tanto
la vía ideal dado la tomamos por el extremo equivocado. La educación
preuniversitaria, al igual que el aparato productivo post moderno que la requiere
y la sufraga, tanto en el país como en el resto del mundo, depende de la
educación superior. Ésta se encuentra al final del proceso educativo y, como
tal, es fuente no exclusiva pero sí por excelencia de innovación y consecuente generación
científica y tecnológica, amen de motivo de otros saberes y disciplinas.
Lo reitero. La
universidad es, al fin y al cabo, no el sitio exclusivo pero sí el más expedito
y privilegiado para conformar a quienes forman maestros y pedagogos, gestionan
la estructura productiva, ordenan la vida social y abonan el futuro con nuevos
conceptos y tecnologías, todas las cuales, apropiadas, modifican el
comportamiento, las creencias, los valores, las normas y el sistema axiológico
de individuos y sociedades post modernas.
No se trata, por
supuesto, de desvestir un santo para vestir otro. Bien por el contrario; no
gasto tinta para que se ignore la educación primaria, la intermedia, la
secundaria o la técnica. Pero eso sí, considero en mi pizarra mental, lejos del
mundo real, que la mejor forma de respaldar y fortalecer la reclamada educación
preuniversitaria es la de reposicionar los factores en su debido lugar.
El orden de los
factores sí altera el resultado en la vida real: ejemplo, disparar y luego
apuntar sí altera el resultado. Y el resultado bajo la mirilla del esfuerzo
común tiene que ser el único posible, es decir, la total transformación competitiva
del presente en un futuro anticipado a nivel del conocimiento.
Puesto que está
fuera de dudas que lo que enseñamos a nivel escolar -e incluso en instituciones
universitarias solamente profesionalizantes- será irrelevante mucho antes del
año 2050, si de verdad llegamos a optar por cambiar de rumbo ante un futuro
incierto tenemos que adelantarlo, concebirlo, con relativa antelación a su puesta
en ejecución.
Solo que, en la ilustrada
era del conocimiento actual, las aulas escolares, lejanas herederas de la
escuela hostosiana, han dejado de ser cuna de formación y de transformación
social. Ni siquiera las enseñanzas y la moral que allí depositaron dignos sembradores
de antaño -dotados de una verdadera vocación de servicio- han logrado aportar
en la hora actual frutos positivos al campo de esa política real que se
practica en todo el país.
En su defecto el
sistema universitario es la mejor locomotora civilizatoria del tren social
dominicano. Por eso me he alargado relativamente hablando en este solo ejemplo
de cómo llegar a algo inédito en el presente.
Ahora bien, sea ese sistema como vengo de
afirmar o cualquier otro que sea concebible, lo esencial es que, mientras no se
reordene la casa, la actual realidad dominicana desalienta.
Se seguirá avanzando por una calle sin
salida si no se ponen los ojos en la ya aludida puerta giratoria de la
transculturación, pues los problemas del conocimiento y otros ya no son
tribales. Tampoco la próxima revolución industrial y, mucho menos la
transformación de todos los valores más allá del bien y del mal que fuera
anunciada a finales de hace siglo y medio en el viejo continente europeo. Todo
y todos requieren de la cooperación global y, por eso, para no solo ser
receptores del mercado de ideas y productos del exterior, tenemos que abrir
espacio a la investigación, comenzando pero sin finalizar por la tecnológica y todas
las alteraciones que ésta conlleva.
Considero que solo así miraremos al mundo
a la cara. No como una tribu abandonada a su suerte en la parcela de una isla
más del ancho mar, sino como una Nación cuya población se abre y también da
sentido a la inteligencia artificial y a tantos otros valores patrios y
transformaciones tecnológicas llamados a revolucionarlo todo.
Cara al año 2050, por consiguiente, la
opción no es regresar al pasado. No es imitar en suelo dominicano la ilusa
frase del Let´s make America great again,
o el retorno al zarismo, al templo de Israel o al enclaustrado Río Amarillo.
Más allá de trasnochados nacionalismos, propios
o ajenos, el pueblo dominicano tiene en su porvenir la oportunidad y la opción
de colaborar en algo mucho mejor a lo que toda la raza humana unida ha conocido
y vivido. No uno u otro individuo, sino como todo un pueblo que quiere
reafirmarse como parte esencial del algo siempre superior en medio del futuro
de esa gran aventura que es el género humano.
Prólogo
La opción del emigrante -a la que se
recurre en esta isla desde los aciagos tiempos de Hatuey, e incluso ya desde
tiempos precolombinos- tienta in pectore
a una sensible mayoría de la juventud para la cual la esperanza no tiene
asidero entre nosotros.
Falaz conclusión, tan ilusa y ciega como
la oscuridad del mundo que está por terminar. Y termina porque todo finaliza para
comenzar de nuevo por la misma razón:
Desde el momento en que se puede presagiar
qué hay que hacer de modo que suceda, tal y como acabo de preverlo, surge la
posibilidad real de interrumpir la inercia y el conservadurismo actual para
discernir y decidir de una vez y por todas qué queremos ser.
Verbo infinito ese que en su tiempo todo
lo conjuga, de manera que lo que viene mañana, una vez lo concibamos y lo queramos
hoy, sea mejor. Y, puesto que soy de los que aún cree que entre otros Goethe se
equivoca cuando escribe que al principio estaba la Acción -no el Verbo- he ahí
la raíz de mi relativo optimismo.
En resumen, me queda la esperanza de hay
que concebir lo que queremos ser, antes de seguir siendo lo que hacemos.
Por eso mismo llega y debe llegar un mañana
en el que los habitantes de esta tierra enrostren el destino y despierten en
medio de otros tantos pueblos libres de la larga noche del mundo. Ese día se reconocerán
–entre otras y por fin- en la causa común de la Nación dominicana.
Allende el año 2050 comprenderemos que no
ha sido el oro, el azúcar ni las playas nuestro principal recurso, sino la
población, con sus virtudes, ideas, ilusiones, ejecutorias y bienestar. En ese lejano
y todavía utópico entonces los vencedores en esta tierra caribeña comenzarán
todos a escribir su propia Historia, sin que para ello tengan necesidad de recurrir
a que les narren una cosa y acaben viviendo otra.
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Bibliografía
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-----Carta de Jamaica; 6 de septiembre 1815. Editada por elaleph.com, 1999.
http:www//educ.ar
-----Discurso ante el Congreso de Angostura; 15 de febrero de 1819. Edición de https://es.wikisource.org/wiki/Discurso_de_Simón_Bol%C3%ADvar_ante_el_Congreso_de_Angostura
Fukuyama, Francis:
Goethe,
-----Fausto; Madrid, Espasa, (orig. 1807), 2009.
Hegel, G.W.F.:
-----Jenaer
Systementwürfe III: Naturphilosophie
und Philosophie des Geistes.
1805/06.
Huntington,
Samuel P.:
-----“The Clash of Civilization?”; en Foreign Affairs, Verano, volumen
72, número 3, 1993: 22-49.
-----“El desafío hispano”; en Letras Libres, abril, 2004: 12-20.
Marx, Carlos:
-----Der 18 Brumaire
des Louis Bonaparte (1852); edición de Frankfut, Insel, 1965.
Unamuno, Miguel
de:
-----Vida de Don
Quijote y Sancho; Madrid, Colección Austral, 1975.
Vargas Llosa,
Mario:
-----La
civilización del espectáculo; Barcelona, Alfaguara, 2012.
[1] Profesor-investigador
del Centro P. José Luis Alemán de Estudios Económicos y Sociales, Pucmm, Santo
Domingo.
[2] “El
hombre es esta noche, esta vacía nada, que en su simplicidad lo encierra todo,
una riqueza de representaciones sin cuento, de imágenes que no se le ocurren
actualmente o que no tiene presentes. Lo que aquí existe es la noche, el
interior de la naturaleza, el puro uno mismo, cerrada noche de fantasmagorías:
aquí surge de repente una cabeza ensangrentada, allá otra figura blanca, y se
esfuman de nuevo. Esta noche es lo percibido cuando se mira al hombre a los
ojos, una noche que se hace terrible: a uno le cuelga delante la noche del
mundo”, Hegel 1805: 154).
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