¡Badajo al centro!
Por Velia Govaere
Directora Ejecutiva
Consejo de Promoción de la Competitividad
¿Hacia dónde vamos? Eso no debería ser difícil de
responder. Pero lo es. Deberíamos consolidar nuestros éxitos y corregir nuestras
falencias. Pero cuesta hacer “mea culpa”. Por eso se acumulan remolinos
innecesarios y podemos terminar en peligrosas aguas. Si tanto se tiene que
empujar, incluso para moderados cambios, arriesgamos que el esfuerzo sea
demasiado fuerte y lleve el badajo de la campana a extremos poco deseables.
Somos un país de centros. La mesura nos es propia.
¿Por qué, entonces, estamos fragmentados, siendo
tan tico el equilibrio? En una acera se aferran quienes quieren que sigamos
haciendo sólo más de lo mismo y, en otra, quienes niegan partes esenciales de
nuestro éxito. Debemos aceptar, con humildad, la necesidad de cambios, pero no
se pueden conquistar nuevos horizontes sin defender lo logrado. Está mal
ignorar los avances, pero tal vez es peor la autocomplacencia que paraliza
ajustes. No debemos temer ser iconoclastas y romper paradigmas. Pero la fuerte
necesidad de ajustes requiere una dosis de continuidad. Ningún país está para
experimentos. Ni a un lado ni al otro:
¡Al centro!
En los últimos 30 años se ha consolidado un modelo
donde el equilibrio macroeconómico se basa en la apertura comercial. Hemos creado
una plataforma exportadora que respalda una sólida inversión extranjera,
orientada hacia una especialización productiva de alta tecnología y,
recientemente, de servicios. En eso somos considerablemente exitosos. Nada en
contra, pero en su madurez, nuestro modelo enfrenta una fuerte heterogeneidad
productiva, social y territorial, que lo hace, a largo plazo poco sostenible. Necesitamos
mejorar eso.
Veamos el estado de situación de nuestro modelo. Es
una de cal y otra de arena. Tenemos un gran volumen y diversificación de
exportaciones, pero altamente concentradas. El 2% de las empresas contribuye a
más del 70% de las exportaciones y el 73% exporta menos del 1%.
Fuera de zona franca, los principales productos de
exportación siguen siendo agrícolas: banano, piña y café. Nuestras exportaciones fuera de regímenes
especiales no denotan cambios estructurales. La manufactura doméstica no está
orientada hacia la competitividad internacional, pero la enfrenta, con fuerte
impacto en su déficit comercial, y resulta que por cada dólar de exportación,
se importan insumos o bienes de consumo equivalentes a $2,5 dólares.
Las exportaciones costarricenses participan en
cinco cadenas globales de valor de alta tecnología. Sin embargo, el grueso de
esa producción se centra en insumos importados y tiene poco valor nacional
agregado. De cada 7 dólares de valor exportado sólo 3 corresponden a valor
nacional agregado, que se concentra en ensamblaje, con mano de obra técnica
media y con encadenamientos locales prioritariamente de logística, transporte y
embalaje.
La presencia de multinacionales de punta nos ofrece
una formidable oportunidad de encadenamientos de alto valor que deberíamos
aprovechar a plenitud. Pero no lo hacemos como podríamos, entre otras razones,
porque el país carece de una política industrial de incentivos vinculados a la
transferencia tecnológica, tiene baja inversión pública y escasa inversión
privada en investigación. Tampoco se estimula, con contrapartidas fiscales, a
que la empresa privada invierta en I+D+i, como es cada vez más usual en el
ámbito latinoamericano.
Las multinacionales generan el mejor empleo del
país. Sus trabajadores reciben ingresos 60% mayores que el promedio nacional y
crean nuevas capacidades laborales, permitiendo una transferencia parcial de
conocimientos. Sin embargo, esos beneficios llegan solamente al 2.6% de la PEA.
No tiene, por tanto, suficiente fuerza de arrastre en la economía en su
conjunto, ni incrementando la demanda interna, ni aumentando la demanda de
insumos locales.
En
la última década, América Latina vivió el alentador panorama de una disminución
de la pobreza y un mejoramiento de la igualdad. Ese no es el caso de Costa Rica
y eso debería bastar para entender que necesitamos cambios. Es la imagen del tándem, esa bicicleta de dos
conductores, que requiere un pedaleo armónico para su equilibrio y para su
avance. En Costa Rica tenemos un tándem, donde nuestros logros y la equidad
pedalean a distintos ritmos. Eso nos frena y desestabiliza. No podemos quedar
debiendo en equidad.
Costa Rica necesita una política holística que
atienda la formación técnica de la masa laboral sin calificación, que aumente
la pertinencia de los estímulos y las ofertas educativas, que apueste a la
articulación de las empresas nacionales con las multinacionales, a través de
encadenamientos de mayor valor agregado; que promueva la transferencia
tecnológica y la creación de capacidades; que estimule las actividades de
investigación y de innovación y que vincule, cada vez con mayor pertinencia, el
sistema educativo con la demanda empresarial, fomentando emprendimientos y
formación técnica, desde los grados primarios.
Ese es el mapa de ruta. Esas, las tareas
pendientes. Queremos seguir siendo exitosos donde lo hemos sido, pero tendremos
que hacerlo de otra manera. El gran desafío es incorporar el importantísimo
desempeño de la equidad al diseño mismo del crecimiento económico, porque la
desigualdad es componente también de nuestras brechas de competitividad.
Estamos en año electoral y eso nos pone en una
coyuntura favorable para los cambios. Es la antesala, ojalá sin mayores
traumatismos, de la construcción de un nuevo consenso nacional. Esa es la
esperanza: ¡El badajo al centro!
(Reproducido con permiso de su autora, publicado
originalmente en La Nación – Costa Rica).
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