Del
rentismo al productivismo
Pavel Isa Contrera
(Tomado
de El
Caribe).
Es una idea bien asentada que el
crecimiento económico en República Dominicana en los últimos años ha estado
lejos de beneficiar a la gente en la medida en que debería. Entre 2000 y 2012,
la producción total real creció en un 80%, pero la incidencia de la pobreza hoy
es cerca de un 40% más elevada que en 2000. El 65% del crecimiento de ese
período se produjo entre 2005 y 2012, y aunque entre 2005 y 2007, luego de la
crisis desatada por los fraudes bancarios, la incidencia de la pobreza de
ingresos se redujo, desde ese momento en adelante las cifras han bajado muy
poco.
El pobre desempeño del empleo y de
los salarios ha estado muy ligado a esa realidad. Los salarios reales, es
decir, el poder de compra de los ingresos laborales, no han crecido y el empleo
se ha precarizado de manera escandalosa, siendo cada vez mayor la proporción de
personas ocupadas en actividades y emprendimientos de baja productividad, bajos
ingresos, bajos niveles de protección y alta inseguridad.
Este resultado está ligado al hecho
de que la economía dominicana se ha movido de manera creciente hacia una
dinámica rentista en la que los principales incentivos para la inversión se
ubican en sectores que no generan directamente valor agregado o que agregan
poco valor, que crean pocos empleos o empleos de baja productividad, y que
frecuentemente extraen valor desde los otros. Son los casos, por ejemplo, de
actividades como el comercio, el sector financiero y algunos servicios.
Estas actividades son importantes
para las otras. Por ejemplo, la industria o la agropecuaria no pueden operar
sin que el comercio distribuya y venda sus productos o sin que el sector
financiero les facilite recursos para las operaciones corrientes y para las
inversiones.
Pero cuando las lógicas de
acumulación de esos sectores se sobreponen las de aquellos que generan
directamente valor agregado, la producción queda sacrificada, el empleo y el
desempeño social quedan comprometidos y el crecimiento se hace insostenible. A
inicios de la década pasada, cerca de la mitad del valor de la producción
nacional era producida por la agricultura, la industria (incluyendo la construcción)
o el turismo. En 2012, esa proporción fue de menos de 40%. En contraste,
mientras en 2000, un 30% del PIB era explicado por el comercio, el sector
financiero, las comunicaciones, el alquiler de viviendas y otros servicios, en
2012 esa proporción había subido hasta casi 40%.
Asimismo, entre 1992 y 1999, el 28%
del crecimiento de la producción fue explicado por esos últimos sectores
mientras la industria, la agricultura y el turismo explicaron más del 52%. Pero
entre 2000 y 2012, las proporciones se invirtieron. Estos últimos tres sectores
apenas explicaron un 27% del crecimiento, mientras el sector financiero, las
comunicaciones, el alquiler de viviendas y otros servicios explicaron casi el
51%.
La lógica rentista se impone sobre
la producción cuando se prioriza la elevada rentabilidad financiera frente al
aseguramiento de crédito adecuado y oportuno para la producción. También,
cuando el endeudamiento público infla las ganancias financieras por la vía de
subir las tasas de interés, y cuando los recursos públicos colectados por el
endeudamiento y los impuestos enriquecen a unos pocos gracias a contratos
amañados.
Esa lógica se impone cuando, al
ofuscarse con unas metas de inflación y de tasa de cambio que se deciden en
oficinas cerradas y sin consultarle a nadie, las políticas monetarias y
cambiarias mantienen elevadas tasas de interés sin miramientos sobre las consecuencias
sobre la producción y las exportaciones. El rentismo domina cuando esa misma
política mantiene una tasa de cambio que hace que el resto de la economía
subsidie las importaciones beneficiando a ese sector frente a la producción, y
cuando el gran comercio mayorista y minorista somete a la pequeña producción
agrícola a precios reducidos y costos financieros elevados sin que la política
pública fomente esquemas de comercialización más equitativos.
La economía rentista, de crecimiento
concentrado y con empleos malos debe ser reemplazada por una economía
productivista, y por un crecimiento de base amplia.
Eso se hace dándole vuelta a los
incentivos, haciendo que el sistema financiero, el comercio y el Estado estén
al servicio de la producción y no al revés, y que las políticas se enfoquen en
promover la producción y el empleo de calidad.
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