A
conjurar la crisis educativa
Ignacio Nova /Listín Diario
La
crisis económica mundial hizo sus pininos en los ochenta del pasado siglo. En
1998 mostró su rostro sin velamen de recesión y exclusiones. Entonces el mundo
venía seducido por el más radical liberalismo. Keynes rodó y las nociones del
buen gobernar se presentaron como inválidas o muy relativas; se abjuró de las
previsiones sobre balanzas de pago en equilibrio. En tanto, “Los Tígueres
Asiáticos” se robustecían, amparados en lo contrario: metales preciosos y
exportaciones de todo tipo. Simultáneamente, en sus territorios la educación se
expandía, alcanzaba niveles sorprendentes de calidad y eficiencia. La educación
en Occidente, en cambio, sucumbía a un modelo utilitarista orientado a lo
“productivo”. Un gran signo de duda rodeó la explicación del desarrollo de la
calidad educativa. Llegaron sucesivas reformas. Desde The Economist a las Think
tanks. Iban y venían. Planes Decenales, por doquier. La educación había caído
presa de paradigmas extraños. De sector enraizado en valores, como la vocación,
pasó a ser responsable de la formación del empleo, a ser objeto de promoción,
poder y validación política. Y de corrupción, mucha corrupción. Las redes del
saber se anquilosaron en torno suyo y el profesorado perdió dignidad en la
sociedad, mediante su incapacidad para presentarse “exitoso ante el mercado”.
Para él, la educación perdió su vieja aureola de misión sagrada y se igualó a
todo trabajo hecho por los desheredados de la tierra: fuerza de trabajo. Lo
vulgar, para la supervivencia. Los estudiantes, que en sus hogares perdieron a
sus guías, no aceptaron otros ni los respetaron. Los padres, lanzaron al
gobierno la responsabilidad que constitucionalmente se dieron los Estados
respecto a la educación. Los vendedores de todo tipo de artefactos y los medios
vieron en la educación la oportunidad de vender todo tipo de insumos al
gobierno, desde aulas a libros; desde chantaje a publicidad; desde luces a
asientos... Así se llega a un gran tollo donde la sociedad debe entenderse como
responsable, en pleno, de la crisis del sector educativo.
Y
así nos alcanza y se entroniza, persistente, inconmovible.
El
cotejo de cifras del Ministerio de Educación, la Junta Central Electoral y la
Oficina Nacional de Estadísticas hasta el 2010-11 propician unos cruces que
permiten abocetar aspectos relevantes sobre la educación nacional, con obvias
luces; con sombras ostensibles.
Para
ese año lectivo, el sistema acogió a 2 millones 626 mil estudiantes: 56% de los
4,658,285 que integraban la población escolar (1 a 25 años). Lo hizo en 11 mil
594 centros, avanzando hacia una cobertura de vocación universal que va tras la
mitad (42.93%) de los votantes de entonces (6,116,397) y supera el 27.80% de la
población (9,445,281), según el Censo Nacional de Población y Viviendas (CNPyV,
2010).
Los
usuarios del sistema educativo están distribuidos a razón de 226.49 estudiantes
por centro, donde la educación con financiamiento público atendió a 1 millón
921 mil 204 estudiantes: algo más de un tercio (31.41%) de la población
votante, más de la quinta parte (20.24%) de la población total y el 41% del
total de la población en edad escolar, a razón de 274.7 estudiantes por centro,
ya que, de ese total, 6 mil 994 centros de enseñanza eran públicos.
Grosso
modo expuesto, vemos que es un señor sistema. Como todo lo amplio, complejo.
Como lo complejo, en riesgo a la disgregación y a la entropía: a actuar bajo
sus propias leyes; tras sus intereses.
Las
cifras de su desempeño refieren una accesibilidad al Nivel Básico de 106%, 6%
superior a la población nacional en la edad atinente (7-14 años). Esta, según
la ONE y su CNPyV, rondó 1,551,375 personas. La accesibilidad al Nivel Medio se
reportó como el 98% de la población comprendida entre 15 y 18 años y,
finalmente, el sistema atendió el 14% de la población con edad de 19-25 años y
al 19% de los que tenían de 1 a 6 años (Educación Inicial). Eso está resuelto.
Lanzados
contra la población total, los resultados aparecen distintos a los obtenidos
comparando el número de estudiantes por Ciclo. Si la matriculación en Básica,
comparada con la de Inicial, fue 7 veces más, se hace obvio que la atención de
la Gestión Educativa y los procesos y servicios a la educación deben
concentrarse en revertir lo que ocurre en el paso de Básica a Media; en la
permanencia en Media. Allí la matrícula reduce al 34% de la de Inicial,
decreciendo en 66%.
Ello
nos habla de una seria imposibilidad del sistema para retener a los
estudiantes. La deserción avanza sostenidamente hasta que al pasar del 1ro al
2do del bachillerato (Educación Media), el 93% de los estudiantes son
“perdidos” por el sistema, uno de los casos más lamentables por la forma como
inciden y determinan la imposibilidad social de completar los objetivos que se
da el Estado mediante las ordenanzas constitucionales en torno a la educación y
sus políticas públicas. Aquí se teme la incidencia de factores extrasistémicos
determinando el comportamiento educacional.
Es
un resultado dramático. Imposible de aceptar. Mueve a clamar por la solidaridad
más alta posible, por la más amplia comprensión y cambio de conducta de los
actores que en torno al proceso educativo y sus instituciones estructuran
comportamientos y perfilan objetivos al parecer ajenos al proceso, a su fin
social; al parecer más que indiferentes, indolentes, ante esta grave situación
donde sólo el 56.6% de los estudiantes públicos aprobó las pruebas nacionales
del 2012, contra un 71.78% en el privado, gracias a cuyo “aporte” la eficacia
del sistema alcanzó un precario 60.72%. Al término del Ciclo Básico (8vo grado)
las calificaciones, en base a 30 puntos, fueron como sigue: Lengua Española,
16.98; Matemáticas, 15.83; Sociales, 15.12 y Naturales, 14.98. Resultado final:
el 50% del estudiantado accede a la educación media con graves deficiencias y
ostensibles incapacidades para pensar, razonar, actuar y exponer su
pensamiento, dejando tras su avance la inquietud de si no habrán sido
promovidos sin merecerlo. Una situación a todas luces gravísima. Que mejora
limitadamente en el Nivel Medio: Naturales: 16.24%; Sociales: 17.56%;
Matemáticas: 16.28 y Lengua Española, 18.17, también de 30 puntos posibles. Y
en el técnico profesional o adulto: Naturales, 16.96; Sociales, 18.61;
Matemáticas, 17.53 y Lengua Española, 19.99.
Lo
obvio: el sector está ante la urgencia de un compromiso multisectorial,
nacional, que involucre a todos los actores del sistema, las fuerzas políticas
y sociales porque en cada uno de ellos hay obvia responsabilidad. A cada uno
corresponde decir “¡Esos resultados son inaceptables!”. Y aportar a su
corrección. Y, mejor, parafraseando a Martí, ante tan grave situación quedar
cada uno movido en su remedio. Tomado de: http://www.listin.com.do/puntos-de-vista/2013/5/9/276291/A-conjurar-la-crisis-educativa
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