jueves, 17 de noviembre de 2016

JBracheArzeno: Retos de la Industria dominicana


CINCO RETOS DE LA INDUSTRIA DOMINICANA
PARA ALCANZAR EL DESARROLLO SOSTENIBLE
Por:     Dr. Julio A. Brache Arzeno

Excelentísimo Señor
Lic. Danilo Medina
Presidente Constitucional de la República Dominicana

Excelentísima Señora
Dra. Margarita Cedeño de Fernández
Vicepresidenta Constitucional de la República Dominicana

Señor
Lic. Campos De Moya
Presidente
Asociación de Industrias de la República Dominicana

Distinguidos Miembros de la Mesa Principal

Apreciados Empresarios

Señoras y Señores

Agradezco de todo corazón la invitación que ustedes me han hecho para participar como orador en este almuerzo dentro del marco de la celebración del 54 aniversario de nuestra Asociación de Industrias de la República Dominicana.

Es un honor que valoro mucho pues hace ya más de medio siglo que nuestra empresa ha venido participando en las importantes actividades de esta institución que ha tenido por norte no solo la defensa de los intereses empresariales, sino también el compromiso con el desarrollo del país.

Hablaremos de Cinco retos de la industria dominicana para alcanzar el desarrollo sostenible. Lo hago complacido porque si algo ha caracterizado mi carrera empresarial y la historia de nuestra empresa ello ha sido la constante superación de retos y obstáculos en escenarios cambiantes, tanto nacionales como internacionales.

Espero, por ello, que mis palabras sirvan de estímulo tanto a los jóvenes industriales que comienzan sus carreras o continúan con los negocios de sus progenitores, así como a los empresarios industriales más maduros (muchos, aquí presentes) que han sabido luchar contra viento y marea para desarrollar sus empresas, poniendo a disposición del público productos de buena calidad a precios competitivos.

Por eso deseo compartir con ustedes una anécdota personal y, de entre las muchas posibles, pienso que podría interesarles escuchar cómo nos iniciamos en el negocio de la leche, algo inesperado para mí pues en mi juventud yo no pensaba en otra cosa aparte de ser un médico cirujano de profesión.

Mi vida profesional comenzó a cambiar a raíz de un viaje que hice en 1960 a Río San Juan en el cual se me ocurrió comprar seis vacas al ganadero Miguel Balbuena, las cuales tuve que alojar en la finca de Don Cucho Álvarez Pina, el abuelo de mi querida esposa Elsa. Esa finca colindaba con la carretera que lleva a San Cristóbal y, como por allí transitaba “el Jefe”, Don Cucho me dijo “yo te presto la finca para que pongas tus vacas pero tienes que tener una buena cerca porque yo no quiero que un animal de esos se salga y haya un accidente, porque ahí si se nos pone la cosa fea”.

Como era de esperar, las vacas empezaron producir leche, la cual buscaba en bidones hasta nuestra casa, y desde allí Elsa la distribuía de puerta en puerta con un ayudante en el vecindario. Su fórmula de mercadeo era: “compre ahora y pague después”.

No tengo que decir que nos entusiasmamos rápidamente con el negocio y con la ganadería. Por ello, tan pronto nuestros ingresos nos lo permitieron, compramos una finca en Villa Mella en donde empezamos a criar ganado lechero. También compramos un triciclo para expandir la distribución más allá del vecindario.

El negocio iba bien hasta que estalló la guerra civil en 1965. Ahí apareció nuestro primer reto: la cosa se puso difícil y empezó a sobrar leche. Entonces a Elsa se le ocurrió aprovechar esos sobrantes y aprendió de inmediato a hacer quesos que también vendía en el vecindario.

Para entonces, ya yo tenía contactos con otros ganaderos y con ellos hablaba ocasionalmente de crear una empresa pasteurizadora de leche pues la que entonces existía, la Central de Lechera, no daba abasto en la capital y, además, nos pagaba muy lentamente a los suplidores. Yo pensaba que integrándonos verticalmente mejoraríamos nuestro negocio.

Primero pensamos en asociarnos en una cooperativa, pero cuando vi que ese esquema no funcionaba retiré mi inversión y me dediqué con otros amigos ganaderos a constituir una compañía por acciones que se llamó, y todavía se llama, Pasteurizadora Rica.

Si alguien me hubiera dicho entonces que la empresa crecería tan rápidamente hasta obligarme a abandonar la medicina en 1971 para ocuparme de su administración, yo no lo hubiera creído.

Pero así fue, y tuve que hacerlo para enfrentar muchos desafíos y obstáculos que no voy a mencionar ahora para no alargar demasiado este discurso, pues debo empezar a hablar de los temas que me han propuesto desarrollar a continuación, esto es, cinco de los varios retos que tiene la industria dominicana hoy para alcanzar el desarrollo sostenible.

A mi modo de ver, esos retos son los siguientes:

Primero, el reto generacional y tecnológico; segundo, el reto de la gobernanza corporativa; tercero, el reto de la apertura de los mercados; cuarto, el reto exportador; y, quinto, el reto del marco institucional.

Hay muchos retos más, pero creo que estos resumen varios de los desafíos más urgentes que confronta el sector industrial hoy. Veamos:

EL RETO GENERACIONAL Y TECNOLÓGICO:

La industria dominicana, cuando se la compara con la de los países desarrollados, es una industria joven de menos de seis décadas porque casi todas las industrias dominicanas son posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Antes de ese período, las pocas industrias importantes existentes eran los ingenios azucareros, una fábrica de fósforos, una de jabón, una de pastas alimenticias, una cervecería, varias fábricas de cigarros y cigarrillos, algunos aserraderos y unas pocas plantas de bebidas carbonatadas. Las demás llamadas industrias eran apenas talleres artesanales de pocos empleados y muy baja inversión.

Esto quiere decir que muchos de los que estamos aquí esta tarde hemos visto nacer y crecer más del 90 por ciento de la planta industrial dominicana, pues la mayor parte de las empresas que existen hoy nacieron en fecha muy posterior a la Era de Trujillo. Casi todas son de sustitución de importación, aparte de las existentes en las zonas francas que ensamblan productos para la exportación.

Pues bien, la mayoría de esas empresas fueron creadas y levantadas por una generación que ya está en camino de ceder su puesto a otros más jóvenes que deben llevar los negocios hacia nuevos horizontes.

Veo con mucha complacencia que muchos de nuestros principales empresarios industriales entendieron temprano que sus hijos, sobrinos y parientes más jóvenes debían estudiar negocios, finanzas y tecnologías para sustituir a los fundadores cuando llegara la hora.

Creo que si algo caracteriza a muchas familias industriales dominicanas es tener clara conciencia del valor y utilidad de la educación para formar los recursos humanos, dentro de la familia, que harán posible el relevo generacional. Las que han podido han enviado sus hijos al exterior a formarse en buenas universidades.

Otras han aprovechado los programas universitarios existentes en el país y las escuelas de negocios especializadas para entrenar a los cuadros más jóvenes.

Las que no lo han hecho, o están tardando mucho en hacerlo, están padeciendo de atraso gerencial o tecnológico, y están viendo las señales de que su desarrollo está dejando de ser sostenible a medida que sus competidores se modernizan se hacen más competitivos.

El reto generacional es un desafío presente y muy visible. La empresa que desee mantenerse en el escenario económico del país está obligada a educar, capacitar y entrenar a sus cuadros más jóvenes, sean éstos parientes de sus fundadores o no.

EL RETO DE LA GOBERNANZA CORPORATIVA:

Relacionado con el anterior, este es también uno de los temas a enfrentar que tiene la industria dominicana por delante, pues en la medida en que las empresas van creciendo y las necesidades de capital van obligándolas a buscar inversionistas externos, en esa misma medida se hace cada vez más necesario establecer mejores y más transparentes normas de administración con mayor reparto de responsabilidades gerenciales y administrativas.

Hace cincuenta años, cuando la moderna planta industrial dominicana comenzaba a desarrollarse, casi la totalidad de las empresas eran unipersonales o unifamiliares. Aunque casi todas tenían una estructura legal de compañías por acciones, lo cierto era que las decisiones las adoptaban el dueño o los pocos dueños sin tener que realizar muchas consultas.

Eso ha ido cambiando, pero tal vez no con suficiente rapidez como para decir que la industria dominicana se maneja hoy con los protocolos existentes en los países más desarrollados.

Obstaculiza ese cambio la escasa legislación normativa del país, derivada del hecho de que la mayoría de las industrias dominicanas son empresas familiares, lo cual ha contribuido a que no se haya desarrollado un mercado de valores que permita la libre entrada y salida de los inversionistas a los capitales de las empresas.

Tal vez estoy diciendo algo que inquiete a algunos de los presentes que, con todo derecho, no desearían darle entrada a sus negocios a inversionistas anónimos, pero debo señalar que una de las cosas que ha permitido la expansión del capitalismo (en el cual creemos todos los aquí presentes), ha sido la posibilidad de contribuir al crecimiento de las empresas por vía de la capitalización abierta mediante la oferta de acciones a los que deseen participar en el mercado y sean aceptados por los empresarios.

A mí me parece que las empresas industriales dominicanas están abocadas, al igual que ha ocurrido ya con los bancos y demás instituciones financieras, a involucrarse en un proceso de reorganización de sus estructuras de dirección para ir moviéndose hacia el gobierno corporativo de las mismas.

La experiencia muestra que los gobiernos corporativos tienden a hacer más transparentes las operaciones y hacen más atractivas a nuevos inversionistas a las empresas, necesitadas de capital.

Quiero pensar que esas transformaciones llegarán muy pronto. Y las mismas solo serán posibles siempre que exista un marco legal e institucional adecuado para ello. De eso hablaremos un poco más adelante.

EL RETO DE LA APERTURA DE LOS MERCADOS:

Aunque a algunos nos resulte embarazoso debemos reconocer que la industria dominicana, en general, ha sido una industria protegida. Por ejemplo, casi nadie recuerda que los ingenios azucareros que nacieron a finales del siglo 19 lo hicieron protegidos por una serie de leyes de franquicias agrarias.

Algunos de ustedes sí deben recordar que las principales industrias creadas durante la Era de Trujillo surgieron bajo el amparo de los llamados contratos de concesiones especiales con el Estado.

Más adelante, a partir de la promulgación de la Ley No. 4, promulgada por el Triunvirato, muchas nuevas empresas de sustitución de importación gozaron de una alta protección que fue ratificada y expandida, luego, por la Ley de Incentivo y Protección Industrial No. 299, promulgada en 1968.

Reconozcamos, pues, que muchas de las más importantes industrias nacionales son hijas de esas leyes o de otros esquemas de protección arancelaria y no arancelaria.

¿A dónde quiero yo llegar recordando esas raíces de nuestro moderno desarrollo industrial?

Pues, sencillamente, a que las cosas han estado cambiando desde las reformas de los años 90 del siglo pasado cuando se desmontaron muchos esquemas de protección arancelaria, y ya sabemos cómo los industriales tuvimos que reinventarnos y transformarnos para sobrevivir a la avalancha de productos importados que siguió a continuación.

Esa experiencia, a la que, por suerte, sobrevivimos la mayoría, nos dice que en la medida en que la globalización se ha ido acentuando, y los mercados han ido abriéndose, será cada vez más difícil para las industrias maduras contar con la protección fiscal para incentivar su crecimiento.

Por lo tanto, la industria dominicana tiene hoy ante sí el gran reto de la apertura de los mercados dentro de unos esquemas arancelarios que si algo prometen es mayor competencia internacional y mayor competencia en el frente interno.

Ante ese reto de la apertura de los mercados, entonces, ¿qué hacer? La respuesta es: enfrentar el reto exportador.

EL RETO EXPORTADOR:

Para hablar de este tema permítanme volver a mis comienzos como industrial. En aquellos tempranos años el país vivía dentro de cierta estabilidad cambiaria. Había fluctuaciones en el valor de la moneda, pero pequeñas y, como todos ustedes recuerdan, los márgenes eran igualmente pequeños. Un dólar, cuando se ponía caro, costaba un peso con cinco centavos. ¡Un peso con cinco centavos! No cuarenta y seis pesos como ocurre hoy día.

Sin entrar a explicar las causas de la continua depreciación monetaria que todos aquí conocemos, sí podemos decir que este medio siglo ha sido un período de continuos y obligados ajustes de costos y, hay que decirlo también, de muchos dolores de cabeza.

La caída del peso han llevado a las empresas dominicanas a enfrentar la devaluación por la vía del aumento de los precios y eso ha costado también numerosas mortificaciones a nuestras autoridades monetarias desde el 1966 hasta la fecha.

El resultado ha sido, como todos sabemos, una espiral inflacionaria que las autoridades han tratado de controlar en base a grandes sacrificios.

Por eso la pregunta que algunos se hacen es: ¿hasta cuándo pueden resistir las empresas el ir aumentando sus precios para cubrir sus costos crecientes sin quedar fuera del mercado?

Aunque no tenemos una respuesta a esa pregunta que aplique a todas las industrias, sí creemos que para muchas la lección es clara: hay que producir dólares.

Cuando en el país teníamos un tipo de cambio estable, Rica se contentaba con el mercado interno e importaba sin mayores problemas el concentrado de algunos de sus jugos y otras materias primas. Pero, luego, con la creciente depreciación de la moneda, se hizo cada vez más evidente de que teníamos que buscar mercados en el exterior.

No somos los únicos que hemos enfrentado ese reto de esa manera. Cientos de productores industriales y agropecuarios han aprendido la lección y han ido convirtiéndose en exportadores.

Unos envían sus productos hacia Haití, otros hacia las islas del Caribe, y otros más exportan hacia Estados Unidos y Centroamérica aprovechando los tratados de libre comercio. Más todavía, tenemos también empresarios que se han volcado hacia las zonas francas, cosa impensable hace treinta años.

¿Qué significa esto?

Pues, que muchos empresarios han descubierto que exportar ayuda a enfrentar la devaluación y protege de la inflación. El Estado también lo ve así y por ello ha insistido durante años en que aprovechemos los servicios del Centro de Exportación e Inversión de la República Dominicana (CEI-RD, antiguo CEDOPEX).

Durante varias décadas exportar fue una tarea muy difícil debido a las numerosas trabas administrativas que existían, las cuales han ido desapareciendo, aunque todavía quedan algunas.

Obstaculizaba también las exportaciones el hecho de que en ciertos periodos el país tenía una tasa de cambio sobrevaluada que encarecía nuestros productos en el exterior. Ambos obstáculos han venido cediendo y reconocemos que ahora es posible exportar con mayor facilidad y mayor rentabilidad que hace quince o veinte años.

Con todo, exportar sigue siendo un reto. Los grandes países que compran nuestros productos todavía mantienen barreras arancelarias y no arancelarias a través de sus controles sanitarios o de las cuotas que limitan la entrada de nuestros productos.

Por ello creo que el sector privado no puede enfrentar solo este reto. El Estado debe venir en apoyo.

Conviene al Estado que la República Dominicana amplíe sus exportaciones. Esta debería ser la gran meta nacional: que la economía nacional sea una economía fundamentalmente exportadora.

Los industriales y demás empresarios estamos haciendo nuestra parte. Necesitamos, señor Presidente, de mayor apoyo estatal para reconvertir la economía y la industria nacional, y hacer que de importadores netos nos convirtamos en una nación de exportadores.

Es largo el camino, lo sabemos, pero ya hemos comenzado. Ahora tenemos que diseñar un programa de incentivo a las exportaciones similar al que hizo posible la creación de una planta industrial de sustitución de importaciones hace cuatro décadas. Pero para ello, creo yo, tenemos que enfrentar juntos lo que aquí, en la Asociación de Industrias, llamamos el reto del marco institucional

EL RETO DEL MARCO INSTITUCIONAL:
Señor Presidente, señoras y señores:
Para que una política industrial sea eficaz debe tener un marco institucional fuerte y estable que brinde seguridad jurídica a las inversiones y que facilite el crecimiento de la industria dominicana. Ese marco institucional es una responsabilidad fundamental de los gobiernos y debe ser apoyado con propuestas y planteamientos del sector privado.
Este reto es, por lo tanto, un reto fundamentalmente gubernamental, en el que nosotros, como sector privado, estamos obligados a realizar nuestros aportes, a plantear nuestras necesidades y a revelar las condiciones de competitividad en las que estamos inmersos.
El Estado no es el principal jugador en los negocios, pero es quien define con claridad las condiciones y reglas de juego al interior del país y quien negocia, en nombre del país y de sus sectores productivos, las reglas que tienen que ver con la competencia internacional.
Sin el apoyo de los gobiernos la reindustrialización a la que aspiramos es imposible. Son los gobiernos los que pueden disminuir las trabas burocráticas que entorpecen muchos procesos de la industria.
Es desde los gobiernos que se pueden tomar medidas para abaratar el financiamiento y fortalecer los incentivos a la investigación y al desarrollo. Es desde los gobiernos desde donde se pueden tomar iniciativas como reducir los impuestos a los combustibles tradicionales o incentivar aún más el uso de energía y combustibles alternativos.
Es desde los gobiernos desde donde se pueden mejorar considerablemente las condiciones para hacer negocios.
Por ello, aprovecho esta tribuna frente al Presidente de la República y las demás autoridades presentes para motivarlos a que contribuyan a establecer en el país una nueva política industrial que nos permita hacer los cambios estructurales que necesita el sector para continuar su contribución al desarrollo del país.

Amigos y amigas:

Soy de los que piensan que cada actor debe jugar su rol. Y estoy consciente de que, para que un país pueda contar con instituciones fuertes, es necesario fortalecer el liderazgo político y empresarial, y potenciar ambos hacia el crecimiento continuo de nuestra nación.

Un liderazgo político y empresarial que catapulte al país hacia la transformación nacional, el fortalecimiento de las actividades productivas, las nuevas tecnologías, reforzando las capacidades de gestión de políticas industriales y fortaleciendo cada día más el dialogo público-privado.

Queridos Industriales:

Los retos que  hemos descrito no son los únicos que confronta hoy el sector industrial dominicano.  Hay otros, tal vez de mayor envergadura, como la necesidad que tenemos de contar con un sistema eléctrico bien coordinado y confiable que nos permita competir en igualdad de condiciones con aquellos países con quienes hemos firmado tratados comerciales.

Pero como el tiempo disponible para estas palabras está terminando, solo me resta exhortar a todos los industriales nacionales a continuar modernizando sus empresas, orientando su mirada hacia los mercados exteriores y no descuidar el ejercicio de la responsabilidad social empresarial que, como sabemos todos, es también uno de los pilares del desarrollo sostenible.

Muchas gracias


Noviembre 17 del 2016

Santo Domingo, D. N.

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