Este texto ha sido tomado y editado del libro de
Socorro Morales: Mujeres emocionalmente prisioneras, el cual recomendamos.
La
ansiedad como prisión
Socorro
Morales
Hoy la ansiedad es una epidemia. No es malo estar
ansioso, pero sí es importante que confrontemos las dificultades y no
permitamos que nos encierren. La Biblia se refiere a la ansiedad como afanes,
lo que es sinónimo de intranquilidad, y esto es contrario a la paz. Ansiedad es
temor, aprensión e incertidumbre ocasionados por eventos del pasado, por
situaciones en el presente o posibilidades futuras. Se provoca cuando llegamos
a ser vulnerables a lo que no podemos controlar.
Dios no creó la ansiedad. El ordenó que viviéramos
confiadas. En el sermón del monte en San Mateo 6:25/27, Jesús dijo, dos veces: ¡No
os afanéis!, y nos confronta con la pregunta: ¿Por qué se afanan? El Padre
celestial sabe que tenemos necesidades y él suplirá todo lo que necesitamos. Él
es el príncipe de Paz.
La ansiedad es una prisión porque:
1.
Divide
nuestra mente. Es una distracción que nos arrastra en
dos sentidos opuestos y nos impide enfocarnos debidamente en asuntos importantes.
2. La pasión de la ansiedad disminuye
nuestra productividad. Ella se convierte en un
impedimento porque no tenemos la suficiente energía.
3.
Afecta
nuestras relaciones interpersonales. No somos
nosotras mismas si actuamos con ansiedad, amén de que contagiamos a todos los
que nos rodean. La ansiedad está muy ligada al temor. Si nos acostumbramos a
vivir de acuerdo a nuestros sentimientos, las emociones se impondrán,
llevándonos a tomar decisiones
equivocadas y nos robarán el gozo y la paz de Dios.
4.
Afecta
nuestra salud.
Echando
toda ansiedad
“Echando toda
vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
Debemos echar todas nuestras ansiedades sobre el Señor
porque Él tiene cuidado de nosotras. Partiendo de esa recomendación, quisiera
compartir los siguientes consejos, los cuales no son limitativos:
1.
Llevar
nuestros problemas a Dios. Todo lo que nos produzca ansiedad es
motivo de oración. El primer paso para salir de la prisión de la ansiedad
consiste en reconocer delante de Dios nuestros temores.
2. Cambiar nuestra actitud.
La ansiedad se combate con una nueva actitud. La actitud es la perspectiva que
tenemos sobre la vida. Muchas veces arrastramos problemas por largo tiempo, nos
acostumbramos al dolor y terminamos levantando muros emocionales alrededor de
nosotras mismas.
3. Llevar una actitud de
agradecimiento. Si nos acercamos a Dios con dudas
no estaremos agradecidas, pero al reconocer que Dios participa activamente en
nosotras, las razones por la que debemos alabarlo serán más evidentes. Entregue
sus preocupaciones a Dios, comience a construir puentes de paz. Lea Filipenses
4:4-7.
4. Reconocer que la ansiedad es una
batalla de fe. Debemos creer que Dios reemplazará
nuestras ansiedades por su paz inefable, siempre que la llevemos delante de él.
Si entregamos nuestras inquietudes en sus manos y confiamos en que su Espíritu
Santo nos acompañará en medio de nuestros temores e incertidumbres, Él guardará
nuestros corazones y nuestro entendimiento en Cristo Jesús.
5.
Acercarnos
a su presencia con una triple condición: saber que
el Señor nos ama incondicionalmente; reconocer que Él tiene el poder para
ayudarnos en cualquier circunstancias; seguridad en su Palabra (Él ha prometido
liberarnos de nuestras preocupaciones, por lo que podemos confiar en que
cumplirá su promesa).