sábado, 14 de diciembre de 2013

Tierra adentro / Tres patas del fogón




Vaya manía. En diciembre siempre leo o releo algunas páginas de Gramsci o Mariategui. Como Gramsci, veo que en República Dominicana la clase dirigente carece de un "programa" y a lo sumo tiene delimitada su parcela, la de sus intereses, legítimos o bastardos, pero muy particulares. Lo nacional... bien, gracias!
Otra características de nuestros líderes es la de perder tiempo en esgrimas verbales, en acusaciones y contra-acusaciones, incluso cuando se encuentran de acuerdo en lo esencial. Un ejemplo, el tema de la calidad de nuestro sistema educativo.
Pruebas internacionales (PISA) sólo vienen a confirmar lo que ya sabíamos (Benedetti, te dije que lo iban a descubrir): la pésima calidad de la educación dominicana, esa mala comida que se le hace digerir a nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes, por cocineros que se consideran mal pagados, pero que también están mal preparados y peor motivados. "Cocineros" que al fin y al cabo pueden hacerlo mejor y se resisten y hasta se organizan para la resistencia.
Independientemente de a quién me sumo o a quién me resto, de etiquetas y sindicalizaciones, yo tengo mis apuestas, y en este domingo quiero compartirlas con ustedes.

Un contexto fragmentado
Si usted realiza un vuelo sobre porciones de Santo Domingo es probable que vea dos ciudades o dos naciones yuxtapuestas, en donde conviven lo más pobre de Puerto Príncipe y lo más rico de Miami. Lo señaló hace unos días Jorge Ramos y vientos huracanados soplaron contra él en las redes sociales. Sin embargo, esta verdad sobre la fragmentación de nuestras sociedades en América Latina no es nueva. Lo indicaba José Rivero, allá por los 90, precisamente hablando del sistema educativo. "El desarrollo y el subdesarrollo dejan de tener fronteras nítidas, el norte y el sur coexisten en cada país latinoamericano", se atrevió a decir.
En ese coexistir, sin embargo, los pobres están malditos dos veces. En primer lugar, la maldición de su pobreza, hija de un modelo económico que los fabrica en serie y, en segundo lugar, la maldición de ser excluidos de un sistem educativo de calidd, lo cual podría ser una puerta para una mayor equidad social. Es lo que explica parte de la paradoja dominicana: extraordinario crecimiento macroeconómico, con increíble desigualdad social, extrema pobreza. 
La baja calidad de la educación dominicana perpetúa la inequidad, reduce las posibilidades y oportunidades de quienes viven esa desgracia. Esa baja calidad conlleva a que la educación dominicana no sea un mecanismo idóneo de inclusión social, de crecimiento en ciudadanía y de preparación para los desafíos del mercado laboral del siglo XXI. Esa baja calidad, acompañada de deserción y baja cobertura en determinados niveles -como el Nivel Inicial- es, repito, una maldición, una desgracia.

Tres pies para un fogón
Hoy la hernia discal que me acompaña duele intensamente. Es el fruto de pasar una semana brincando por los caminos del Sur. En ese "brincar" tuve la oportunidad de ver las escuelas en funcionamiento, conversar con maestros y con amigos de las diversas zonas y hasta acompañar a una familia que perdió un hijo querido y cuyo padre fue maestro por más de 30 años. La lección final de esa semana fue que la educación dominicana es un fogón que requiere, al menos, tres pies firmes si deseamos que lo que resulte de esta cocina sea un manjar y no siga siendo comida de mala calidad.
El primer pilar son los docentes. Son muchas las páginas escritas en torno a este actor. Clave y prácticamente el centro instrumental de cualquier reforma educativa (a la que aspiro, no como ruptura, sino como superación). Su evaluación indica que muchos de ellos no se encuentran con las competencias suficientes para ser forjadores de la calidad a la que aspiramos. Una pregunta que me he hecho es: son recuperables? Pueden transformarse en maestros del siglo XXI y dejar de ser los pedagogos de inicios del Siglo XX? (incluso fui a una escuela en donde todavía se usa el "chucho"). También sé que muchos de ellos son el resultados de procesos universitarios que dejan mucho que desear (en esta y otras profesiones). No es aquí el espacio para debatir la causa de su deprimente condición, pero sí sé que sin ellos no es posible la transformación a la que aspiramos.
La segunda pata de este fogón es el Ministerio de Educación y el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología. Me enfoco en el primero y he de decir que, pese a enormes saltos que se han intentado en este 2013, se acumulan décadas de desidia, de abandono de su papel de regulador, gestor. Esto permitió que en muchas áreas del sistema educativo se perciba una clara ausencia de normas vividas (normas escritas es otra cosa).
Finalmente, una pata que percibo como clave en persistir en el camino que elijamos: las comunidades, padres y madres de familia, la sociedad civil... es decir, nosotros. Me he encontrado con apatía, cierto. También me he encontrado con enormes barreras que se le colocan a su participación e involucramiento, manipulación, segregación... pero si no nos involucramos, si no exigimos al Ministro de Educación, a cada director regional o de distrito escolar, a cada director de un plantel educativo y a cada maestro, que nos brinden aquellos por lo que pagamos, que nuestros hijos e hijas reciban una educación de calidad, entonces seguiremos como hasta ahora, comiendo alimento de mala calidad.

Permitanme concluir con nuestro amigo Gramsci, en carta escrita en el 1932, expresó: "Como digo, la cosa no es sencilla, hace falta un tirón violento, un desgarramiento doloroso, y hay que prever, tras la decisión, un cierto período de remordimientos y arrepentimientos, una oscilación; pero, en el fondo, es posible prever que eso es superable y que se puede construir una vida nueva...", que es como decir, una educación nueva, una educación de calidad.


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